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20 sept 2009

Perfil

Decía Stephen King que para escribir bien había que leer mucho y escribir mucho, y de Gemma puede asegurarse que ha hecho ambas cosas. Y ¿por qué? Dice que lee por que le gusta, porque le ha mostrado otros mundos, otras vidas; pero, sobre todo, porque le ha enseñado otra forma de entender esos mundos y esas vidas. Y por ese mismo motivo escribe, porque desearía devolver todo lo que ha recibido al mayor número posible de personas.

Las novelas de Gemma están dirigidas hacia un público muy amplio, su prosa no es elitista. Ella escribe para todos aquellos que estén interesados en entretenerse, en distraerse, pero sin olvidar que todavía podemos ayudar a quien lo necesita. Buena literatura con trasfondo social.


Para conseguir eso era necesario que comprendiese las diferentes formas de escribir y de comunicarse con el lector: ha leído novela negra, ciencia-ficción, best-sellers americanos, casi siempre obras de acción, de trama vibrante, que al final han influido de manera notable en las suyas propias. Podría decirse que es heredera y deudora de la generación actual de escritores estadounidenses adaptada, eso sí a las tendencias españolas.

Su obra capta al lector desde las primeras páginas sin permitirle abandonar la lectura hasta el final. Encadena cada uno de los capítulos con el siguiente dejando abierta la puerta a nuevas preguntas sin respuestas. Crea en el lector la necesidad de continuar leyendo para descubrir esas respuestas que tanto desea conocer.

La prosa es limpia y directa, la autora se olvida de utilizar barroquismos innecesarios haciendo uso de un lenguaje sencillo, que no simple, siempre correcto y concreto. Y eso, unido a que sabe cómo ponerse en la piel del lector cada vez que tiene que incluir algo de la extensa documentación que utiliza, provoca que nunca sea necesario volver a la página anterior para saber qué nos está contando.

Es probable que sea un efecto de otra de sus grandes aficiones, la historia. La novela histórica forma parte muy destacada de su biblioteca particular: Sinuhé, el egipcio, Creación, Yo Claudio, El vellocino de oro, El muchacho persa, Los últimos días de Pompeya, Juliano el apóstata,... son obras de grandes escritores de la talla de Gore Vidal o Robert Graves que han sido decisivos para que la historia forme parte destacada de su propia narrativa. Pero, como tantas otras cosas, también la historia ha sido adaptada al lector de hoy en día y se trata de una historia que la autora ha leído, aprendido y asimilado para después devolvérsela al lector de una forma sencilla. Por eso, en El Alfabeto Sagrado, nadie conoce a los mandeos hasta que comienza a leer. Cuando cierra el libro se ha convertido en todo un experto; sin esfuerzo, sin apenas darse cuenta porque la documentación se integra en la obra de un modo natural.

En ocasiones la acción de leer se convierte en ver, en visionar; y El Alfabeto Sagrado es como una de las películas que tanto admira la autora, como las de Indiana Jones, La momia, Las minas del rey Salomón o Piratas del caribe; pero también pueden observarse indicios de una mayor profundidad en el tratamiento de los temas o en la estética que desarrolla que nos hacen pensar en Los diez mandamientos o en Quo Vadis. Los paisajes, incluso los personajes, a veces están imbuidos de un cierto romanticismo añejo que nos recuerda a Mogambo o, incluso, a Casablanca.
Nada se ha dejado al azar, todo ha sido estudiado, quizá en ocasiones con exactitud paranoica, pero eso convierte a El Alfabeto Sagrado en una novela de lectura ágil y sencilla donde los personajes encajan con la trama y la historia ameniza y entretiene sin mayores pretensiones... o quizá sí; porque Gemma ha escrito la obra con dos ideas muy claras en la mente: devolver su antiguo esplendor al Museo Arqueológico de Bagdad y salvar a la secta mandea.

Al primero le gustaría verlo como era antes de los saqueos, antes de la invasión norteamericana, cuando se exponían en sus vitrinas objetos que nos han hecho como somos. La historia que guardaba en sus salas hablaban del origen de la Humanidad; sí, de la Humanidad con mayúsculas. Las piezas mesopotámicas, asirias y babilónicas pertenecían a nuestro origen como sociedad. Son tan anteriores a todas las dinastías egipcias, que hasta ellas han copiado parte de su panteón religioso y de su ciencia.

Los sumerios nos enseñaron a contar el tiempo en segundos, en minutos y en horas; nos dijeron cómo escribir con palabras, como desplazarnos con la rueda, incluso la leyenda del Diluvio Universal es suya, no de nuestra Biblia. Fue todo un ejercicio de hipocresía que las mejores piezas del museo fueran robadas por encargo expreso de coleccionistas de arte de Londres, París o Nueva York.
Y con respecto a los mandeos... para ellos Gemma pide otro tipo de humanidad, con minúsculas, pero no por ello de menor calibre. Se habla poco sobre ellos, nada en España, y sin embargo han llegado hasta las Naciones Unidas, tienen organizaciones y asociaciones en defensa no ya de sus derechos, si no de su propia vida. Porque, tras la invasión de Irak esa vida se ha vuelto muy barata: resulta relativamente sencillo asesinar a un mandeo, violar a sus mujeres u obligarlas a convertirse forzosamente al Islam. Para ellos la autora desea reconocimiento y ayuda. Constituyen el eje clave de toda su obra porque cree que escribir sobre ellos de forma novelada puede ayudarlos a salir del anonimato y a colocarlos en la primera fila de los noticiarios. Conocerlos y entenderlos puede significar la diferencia entre su vida o su muerte.

No en vano su libro de cabecera es un canto a la vida, La vieja sirena, de José Luis Sampedro. Y a su lado descansa La sonrisa etrusca. Porque ella dice que “siendo obras para pensar, también son libros para vivir. En realidad, todos los libros del viejo Sampedro destilan vida por los cuatro costados. Yo diría que son Vida en estado puro. Y eso, precisamente, es lo que representan los mandeos”.

En resumen, Gemma ha descubierto cómo escribir novelas con un trasfondo humano y social, pero también actuales, llenas de acción, con una trama trepidante; tan visuales que parece estar asistiendo al estreno de una película en donde nada es superfluo y el menor dato importa, porque el lector forma parte de la obra y él, paso a paso, también podrá esclarecer los misterios que la autora propone.

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